La Promesa | Vientos Nocturnos

jueves, 29 de julio de 2010

La Promesa

[caption id="attachment_311" align="alignleft" width="224" caption="La Promesa"]La Promesa[/caption]

La mañana gris lo predecía y la tarde gris lo cumplió. La lluvia caía, límpida e infinita, jugando al diluvio universal. El repiqueteo en los techos, el charco en el pozón de la calle, la vecina entrando la ropa. En un cuarto en penumbras un alma en penumbras se retorcía en el dolor. Evocando tiempos pasados, Lyria construía un futuro nefasto.

Sus ojos, posados en una foto amada y odiada con la misma intensidad, se llenaban de lágrimas, que al igual que la lluvia, amenazaban con un diluvio. Su cuerpo se estremecía cada tanto, con un ataque de llanto irrefrenable.

Él lo había prometido, su lamento se convirtió en un quejido de bronca: “Sí, lo prometiste ¿Cómo pude creer en ti? Me dejaste sola, justo cuando más te necesitaba”. Lyria cierra fuertemente sus puños, arañando sus palmas.

Hace mucho que no sale de ese cuarto, que como fortaleza y prisión, la aísla del mundo sin sentido que es la vida real. Sobre la cama revuelta se encuentra ella, la ventana con las cortinas cerradas y un envase sobre el escritorio completan la escena. Su vida es tan vacía ahora, como el cuarto que habita.

Él la abandonó una tarde, quizá más gris que esa cenicienta tarde de marzo, ella exigió, lloró, imploró, pero él se fue sin volverse atrás. Desde entonces ella lo ama, con un amor rabioso, o quizás lo odia con su más dulce rencor.

Una ráfaga se siente sobre el techo, las persianas se agitan, alguien en la calle grita sorprendido. “Prometiste que me esperarías, que no me dejarías atrás”. Son palabra inútiles, más inútil es que las pronuncie. Los reclamos debían de haberse ido lejos, tal como la ráfaga que dio contra el techo.

Las hojas húmedas se ven arrastradas, barriendo el suelo al compás del sonido del viento enfurecido. Lyria se aborrece, se da lástima y asco. Hace tiempo que decidió ser consumida por sus propias lágrimas, pero su corazón aún late, su sangre aún corre, su alma aún duele.

El céfiro pareció exigirse a sí mismo y la ventana de la habitación se abrió de par en par. Ella se levantó cansina, la lluvia entraba a raudales y las hojas se colaban ajenas a toda situación. Pero eso no importaba, él se asomó. Primero con timidez, como esperando alguna reacción; pero luego entró abalanzándose sobre Lyria, cuyo rostro atónito reflejaba la maraña de pensamientos, que rápidos pasaron por su cabeza.

“Perdón”. Fue lo primero que él atinó a decir, mientras sus brazos la encerraban en un cálido espacio frente a su pecho. Sus ojos negros estaban igual a como los recordaba. De su pelo oscuro frías gotas caían, mojándole la cara a ella, quien guardando su orgullo, se permitió abrazar.

“¡Idiota!” Exclamó Lyria, luego de saborear lo suficiente su presencia. “Me dejaste, a pesar de haberme prometido que no lo harías. No esperaste, me dañaste. Hiciste todo eso a pesar de que yo te dije que era débil, que no lo soportaría”. La lluvia fue torrencial, al igual que las lágrimas, al igual que los reclamos que afloraron como un manantial recién descubierto.

“Nunca rompí mi promesa”. Se defendió él. “Aunque sé que para ti estaba ausente, yo siempre te esperé, te observé, te amé. Jamás te dejaré sola, ni tampoco dejaré que te vuelvas a sentir así.” Ella lo besó como siempre había querido desde  esa tarde gris en la que se esfumó, como una traza de pintura en el agua.

¿Era posible perdonarlo? ¿El dolor de hasta entonces no significaba nada? Lyria ya conocía la vida sin él. Lo perdonaría una y mil veces si eso significaba no volver a separarse.

“Quiero que abandones esta vida que te lastima tanto. Quédate junto a mí, empecemos como un nuevo amanecer. Ahora no puedes decir que rompí mi promesa hoy y siempre, te esperaré”

La lluvia cayó toda la noche, la mañana decidió ser generosa, la tormenta había amainado. Una luz, una sirena, la vecina que se asoma curiosa. En un cuarto en penumbras ya nada se retuerce. Se escuchan murmullos como: “Fue por hipotermia” ó “La ventana abierta.” En un charco de agua y hojas un cuerpo inerte muestra un escenario hermoso pero espeluznante. Vestida solo con un camisón mojado, el frío hizo estragos. En una mano un poco de sangre (“Se lastimó con las uñas”) y en la otra una foto de un pobre chico fallecido un año atrás.

Habrá tardes grises en que alguien rompa una promesa, pero habrá otras en las que, sin importar como, la pueda cumplir.

Relato enviado por: Rubi Duo Saito ©

2 comentarios:

Anahelise dijo...

que fuerte O.O
no me esperaba ese final O.O
está bien, meha encantado, y el como escribes

Suguscherry dijo...

Un relato fascinante, sin duda alguna, triste y hermoso a la vez.
Enhorabuena.

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